En calidad de zombie me despierto unos minutos después de haber sonado el despertador, me levanto y me meto a bañar, me visto, desayuno y paso la siguiente media hora en el metro compartiendo el transporte con cientos de personas que utilizan ese mismo infernal medio para llegar de sus humildes moradas a un lugar de trabajo como el mío, una pequeña cárcel con alambres de púas en las rejas que dijeron haber puesto “por nuestra seguridad”. Llego a la escalinata del edificio y lo que hasta ese momento parecía un hermoso día de pronto se nubla y se oscurece y se llena de neblina. El edificio corporativo se convierte en una fortaleza sin escapatoria, un campo de concentración donde los prisioneros somos confinados a pequeños e incómodos escritorios. Es en éstos pequeños y modernos aparatos de tortura que atentan contra la anatomía humana donde somos forzados a escribir, hacer cuentas, dibujos y proyecciones controlados por una horripilante versión de un director de orquesta del averno a quien con tono sumiso debemos llamar “Señor”, si y sólo si tenemos la imperativa necesidad de comunicarnos con él y somos lo suficientemente osados como para dirigirle la palabra, por supuesto. Ocho horas dura éste calvario con un breve receso de 20 minutos a media mañana, en esta parte del día el “Señor”, con un tono obscenamente amable nos dice: “vayan y tómense un cafecito y descansen por favor”. Lo que en realidad nos está queriendo decir es: “¡Vayan y traguen cafeína para que no se duerman y no debamos desecharlos por su improductividad… por favor!”
Acabado el día, regreso a mi departamento a recostarme en mi viejo y apolillado sofá a tratar de dormir, si es que el ruido de la estación de camiones me lo permite. En ésta posición paso las siguientes seis horas, después de las cuales voy a la cocina a ver qué sobras del fin de semana tengo para comer, los jueves y viernes me considero afortunado si llego a encontrar unas aceitunas en vinagre. Aproximadamente a las 10 me acuesto esperando con toda mi alma soñar con una vida que no se parezca tanto al infierno antes de despertar otra vez y volver a vivir como todos los días, mi maldita y asquerosa rutina.
Acabado el día, regreso a mi departamento a recostarme en mi viejo y apolillado sofá a tratar de dormir, si es que el ruido de la estación de camiones me lo permite. En ésta posición paso las siguientes seis horas, después de las cuales voy a la cocina a ver qué sobras del fin de semana tengo para comer, los jueves y viernes me considero afortunado si llego a encontrar unas aceitunas en vinagre. Aproximadamente a las 10 me acuesto esperando con toda mi alma soñar con una vida que no se parezca tanto al infierno antes de despertar otra vez y volver a vivir como todos los días, mi maldita y asquerosa rutina.
2 comments:
Me choca lo que me hace sentir este cuento, me estresa, me enoja y por supuesto me asusta. Si yo pudiera continuar ese cuento, buscaría la manera de que esta persona renunciara e hiciera algo nuevo y más feliz =)
Bueno... me gusta que tus cuentos siempre provocan reacciones jaja, por lo menos me sacas de la "rutina"
Oyeeeeeeeee
Ya queremos nuevos cuentos o cualquier otra jalada que se te ocurra en tu loca cabeza de hielo... ya vi de donde salió esto de la rutina.... yaaaaaaa, desempólvate!!!!!
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