Thursday, November 1, 2007

La Licencia de Pascasio

En el principio no había nada… después Dios quiso crear el universo y tuvo que presentar solicitudes con sellos notariales y copias por triplicado para después cumplir con un periodo de espera “reglamentario” de cinco días que bien podría haberse evitado si ya se hubiera habido inventado la mordida. Claro, realmente nadie creería que le tomó 6 días crear el universo sólo porque sí. No, nadie, ni siquiera las entidades omnipotentes, omnisapientes y omnipresentes están a salvo de la burocracia. Hay quienes creen que “la eternidad” de la que tanto se habla en los ambientes teológicos sería considerablemente más corta si no existiera la burocracia. Desafortunadamente para todos los que hemos sido resultado de aquél “primer gran trámite” celestial, así ha sido siempre, y seguirá siéndolo por los siglos de los siglos, amén.

Tan definitiva como la muerte misma, llega siempre la terrible fecha de vencimiento de la licencia de manejar, ese fatídico día en el que el documento que garantiza nuestra sacrosanta libertad de tránsito se convierte en un pedazo de plástico que por medio de una terrible fotografía y una serie de incomprensibles datos y números probablemente cabalísticos nos acredita simplemente como ilegales operarios de una carísima máquina de hacer puré de peatones. Es posible que pasados 4 meses de la fecha, quien todo ese tiempo había llevado una feliz e inconsciente estilo de vida como “mata perros callejeros” (conocidos por el gremio de taqueros de las estaciones del metro como proveedores de carne), se levante de su cama con una revelación más perturbadora que la del mismísimo San Juan cuando vio el Apocalipsis: De haber tenido un accidente, el seguro no aplica y en un mundo como el nuestro, todo mundo sabe que ni siquiera una mutación del virus del SIDA combinado con la peste bubónica y que además causara caries y pie de atleta sería tan malo como eso. Ni un minuto más debe pasar sin ir a tramitar la reposición, porque como todos sabemos, las nunca equivocadas y siempre subestimadas leyes de Murphy indican que ahora que se está consciente del riesgo que conlleva manejar sin licencia, las posibilidades de tener un accidente son incalculablemente más altas que si se fuera a 150 Km/h de bajada, sin frenos, con los ojos vendados, en una zona escolar a la hora de la salida de los niños en un día que se traiga una licencia vigente (por mencionar algún ejemplo de la vida diaria). Ahora el terror se apodera de la mente del automovilista, manejar es una tortura, los nervios lo tienen al borde de una embolia fulminante, y el pie en el freno nunca permite que el velocímetro llegue a los 5 km/h. De ésta manera, cuatro horas después, se llega a la oficina de la tesorería de su preferencia. Al subir las escaleras eléctricas, se puede ver en una recóndita esquina del centro comercial aquél oscuro rincón del universo donde ni los más valientes se atreverían a ir si no fuera por las cuestiones del seguro antes mencionadas. B

Ahora comienza el verdadero suplicio, cual campo de concentración, se puede ver a la multitud incorporándose a las interminables colas al final de las cuales bien podrían estar repartiendo balazos en la nuca porque realmente nadie está seguro a dónde llevan. La gente sólo se forma porque así se ha venido haciendo de generación en generación por nuestros padres y nuestros antepasados antes de ellos. Finalmente se hace entrega de los papelitos con los turnos, la gente lo sostiene en parte con odio y en parte con la desesperación con la que uno sostendría un pedazo de pan a la mitad de Somalia, a sabiendas de que si se pierde este papel hay que comenzar de nuevo con la cola y bueno… un clavado en un volcán activo suena más alentador. Una vez con el turno asignado se desfila hacia la sección donde se debe esperar más tiempo que en el purgatorio, la escena aquí, es perturbadora, capaz de arrebatarle el desayuno al más insensible de los demonios del infierno (quienes muy probablemente son los que están expidiendo las licencias en primer lugar). Desde el cadáver en pleno estado de descomposición sirviendo de banquete a las ratas y a las moscas, pasando por las personas que tienen poco de estar esperando y todavía tienen las energías para hacer aerobics para evitar que se les atrofien los músculos, hasta llegar a los que se sientan con la mirada perdida en el infinito, que seguramente está más cerca que su turno para pasar. Después de 3 horas de estar ahí y de que las telarañas comenzaran a formarse de la oficina se ve salir a una persona, ¿un emisario con buenas nuevas quizá? ¿Se habrá abolido la burocracia? ¿México ganó algo en las olimpiadas? Por supuesto que no… eso quisiéramos todos, pero la vida no sería la mitad de interesante si las cosas fueran así de fáciles. Lo que en realidad iba a ser anunciado eran unas palabras negras y pesadas como la noche. “Su atención por favor, su atención por favor amables usuarios, tenemos un problema” se escucha decir a una nerviosa mujer atrapada en el centro de una multitud de ciudadanos desesperados, “para todos los que vengan a tramitar licencias, me temo que he de informarles que estamos teniendo dificultades técnicas para imprimirlas por lo tanto nos tomará aún un poco más de tiempo atenderlos, tienen también la opción de volver otro día (y volver a empezar todo el asunto, por supuesto), o quedarse y esperar pacientemente (por otra insana cantidad de horas), por su atención, muchas gracias. ” Las caras de sufrimiento y decepción son similares a las presentes cuando México es eliminado en el mundial. Ya todo está perdido, los peores comportamientos de la gente salen a relucir ahora que la esperanza de ser atendidos pronto ha muerto. Ahora, los miembros más ilustres de nuestra sociedad comienzan a mostrar los rasgos que los definen como el verdadero desagradable individuo que todos llevamos dentro. Se puede ver al oficinista que a falta de alguna estimulación intelectual que pueda llegarle por algún otro medio, ha decidido aplicarse lo que uno sólo podría suponer como un masaje cerebral por vía nasal, los jóvenes más fresas ahora han decidido que el chicle que evitaba que se les pegaran las quijadas por falta de uso ha perdido su sabor frutal y optan por pegarlo en lugares estratégicos donde alguien algún día tendrá que tener una desagradable sorpresa al encontrarlos con los pies o las manos, o para los más desafortunados con el pelo. Nunca falta también, los hombres que con el más alto grado de refinamiento están, en el más “inocente” de los casos, desnudando con la mirada a la joven que está delante de ellos quien descuidadamente ha dejado que su escote haya ido cediendo ante la gravedad mostrando todo lo que la naturaleza le ha dado.

Estos son algunos ejemplos de las célebres personalidades que se pueden encontrar en situaciones así en un día común, pero hay días, como hoy, en el que en una esquina se sienta un joven normal, sin preocupaciones, quien realmente no tiene nada mejor que hacer que estar ahí sentado esperando su licencia para poder vivir tranquilo con su conciencia de automovilista. La mente de estos jóvenes en momentos, como éste, se encuentra absorta en pensamientos tan profundos que serían capaces de resolver todos los misterios del universo, si no se vieran distraídos por otras ideas rebeldes como “me pregunto si ese chicle que acabo de pisar, sabrá mejor que el que traigo en la boca” y entonces las verdades del universo, vuelven una vez más a ser misterios. Tal es el caso de Pascasio, edad 19 años, víctima de una licencia vencida y de las circunstancias. Han pasado 3 horas desde que Pascasio se encuentra sentado en una posición tan anatómicamente incorrecta que teme que sus piernas puedan haber sucumbido ante la gangrena y tendrá que arrastrarse hasta donde lo llamen para tomarle la foto. Personas como él, tienen días en los que simplemente no están dispuestos a soportar situaciones así y creen que alguien debería hacer algo al respecto. Tal vez este sería un día así para nuestro personaje quien en este momento se está dando cuenta de que no trae la pluma que necesita para firmar los documentos. “Creo que traigo una en el coche” piensa él, “voy por ella, espero que no me vayan a robar mi lugar, no, todavía faltan 150 números. Cómo quisiera que alguien hiciera algo al respecto de esto y acelerara este asunto, si, alguien debería hacer algo” mientras metía su mano a su mochila en la que parecía estar haciendo algo importante, se levantó caminó hacia la escalera dejando su mochila apartando su lugar confiado en que la honradez triunfaría el día de hoy y nadie la tocaría, se oyó un “tic tac”… luego un “clic” y después una tremenda explosión seguida por gritos despavoridos de cientos de personas. Una caliente brisa alcanzó a Pascasio, vio brazos, piernas, cabezas y chorros de sangre pasar volando junto a él. Un celular alcanzó su cabeza y lo golpeó en la nuca, esto lo hizo bajar la vista y oh sorpresa, justo delante de sus pies había una pluma tirada en el suelo, intacta y en perfectas condiciones de no ser por lo que parecía ser una mano ensangrentada pegada a ella, la recogió, despegó la mano y regresó a dónde había estado sentado… el contador de turnos rápidamente avanzó y pasó por 150 turnos de gente que, por el momento, se encontraba indispuesta para atender al llamado, finalmente, se detuvo en el número 328, Pascasio se adelantó hasta el mostrador, un ahumado burócrata en completo estado de shock verificó sus datos imaginariamente en una computadora convertida en cenizas, tomó su foto y en dos minutos le entregó el trofeo a nuestro personaje, una licencia recién salida de la impresora y además de todo PERMANENTE, nunca jamás tendría que volver a pasar por esto… al recogerla y firmar… fue hasta su coche… y vivió tan feliz como le fue posible para el resto de su vida, sin jamás, hasta la fecha haber probado las perdices… el resto de los que esperaban licencias, ni vivieron felices (por obvias razones), ni comieron perdices.

Fin.

2 comments:

Unknown said...

Hey
Menos mal que esto es un cuento... pregúntale a cualquiera, todo mundo ha pasado por ahí jaja, más bien es el cuento de nunca acabar.
Aunque se lo merecía el fulano, quien le manda llamarse tan chinchemente jeje

Pooky said...

Retter:

Por alguna extraña razón me hace feliz el humor negro, pero en este cuento en particular lo que me hace feliz es el nombre del personaje, estoy segura que comprendes muy bien eso jeje